Tambores y timbales de la selva y la sabana. Escúchalos y
baila. Deja que se mueva tu cuerpo y golpea los tambores con tu fuerza
primigenia, con tu yo ancestral, tu yo reencarnado en masái. Escúchalos y deja
que el ritmo se abalance sobre tus sentidos; conviértete en su presa. Déjate cazar, déjate poseer.
Escucha la grúa que pita y arrastra con su brazo de metal. Escucha
sus pitidos alzarse y perforar tu oído. Escucha los gritos de la ciudad, sus
quejidos titánicos, sus formas compactas elevándose por encima de todas las
cabezas. Mira la bola de demolición de la grúa moviéndose contra el edificio, observa
su presencia inevitable. Mírala ahora moverse contra las cabañas de los masái.
Cabañas de adobe y barro que salen despedidas por el golpe de la grúa. Cabañas
que vuelan por encima de las cabezas de los masái incrédulos. Mira los centros
comerciales que se edifican en mitad de la sabana. “Centro comercial El viejo
Elefante”, “Edificio de Oficinas Jirafa”, “Gasolineras Guepardo”. Descubra el
África profunda con nuestros lujosos pasillos de marfil, nuestras alfombras de
piel auténtica de ñu, descuento en zapatos de cocodrilo. Mientras, el
rito se contrapone y los masái danzan y saltan alrededor de una hoguera en el
parking. Invocan a sus dioses antiguos y beben leche mezclada con sangre de
vaca, con sus collares y sus pieles pintadas realizan bailes misteriosos.
Cantan ajenos al pitido de las grúas. En un parking infinito, un parking de
millones de plazas, hecho de asfalto y hormigón armado, bajo la sombra única
del rascacielos. Un parking hecho con el resto del adobe y barro de las cabañas
masái. Un parking de millones de plazas desocupadas.
Un grupo de breakdancers hace piruetas alrededor de un coche
en llamas. Todos van vestidos con túnicas de llamativos colores azul y rojo.
Suena música de tambores electrónicos y hay algo de místico en sus vueltas
sobre ellos mismos. Algunos arrancan señales de tráfico del suelo y clavan sus
puntas sobre el lomo del coche en llamas. Y beben cerveza barata mezclada con
gasolina y eructan fuego que crea destellos en la noche. Algunos de ellos se
separan del grupo principal y entran en el centro comercial. Hoy toca noche de
safari por las tiendas, noche de cacería; y a una señal, los breakdancers se
abalanzan sobre el compacto y confuso rebaño de clientes. Se produce una
persecución a través de las tiendas de ropa, de las escaleras mecánicas, de los
restaurantes temáticos. Tres o cuatro de ellos, los más lentos y débiles,
caerán presa de los breakdancers, que devorarán sus tripas, mientras los demás
se refugian al abrigo de un supermercado. La vida sigue.
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