21/10/15

Cuentagotas (le podría pasar a cualquiera)


Un día llegué a mi casa del trabajo y descubrí que había una pequeña humedad entre el techo y la pared del fondo. Me sentí bastante contrariado, porque las humedades en techos y paredes son ese tipo de problemas que suelen acarrear grandes inversiones de tiempo y hablar con unas personas y otras para que lo solucionen. Normalmente procuro vivir de forma que mi relación con mi casera sea la mínima indispensable. Sé que Nines, a sus ochenta y pico años, es una experta en el arte de la dialéctica, y hasta la más inocente interacción con ella puede acabar convirtiéndose en un diálogo de besugos que puede extenderse durante horas. Pero dadas las circunstancias, no tuve más remedio que llamarla.

Sobreviví al primer lance con ella de forma bastante digna en un tiempo récord de diecisiete minutos, y con la misión de subir a ver a los vecinos de arriba para que tomasen medidas con su suelo que era mi techo; lo cual me pareció bastante razonable. Los de arriba me dijeron que no tenían intención de mover un dedo hasta que un perito no certificase que el origen de la humedad de mi techo era su suelo, lo cual también sonaba muy razonable. A partir de ese momento, se inició un juego de ping-pong en el que cada vez que llamaba a Nines, ella me insistía en la necesidad de volver a subir; mientras que los de arriba repetían que era mi casera quien tenía que llamar a su seguro. Los días pasaban; la humedad se iba haciendo más y más grande, y le crecían brazos grises por el techo de pintura blanca, y círculos amarillos por la pared de pintura blanca. Había subido y bajado las escaleras cien veces, pero la única resolución práctica que había tomado era retirar los libros de esa estantería. Por las noches, me sentía durmiendo en una cueva, o un almacén viejo que hace mucho que nadie visita.

Una semana después, al antes de salir al trabajo, me quedé un rato mirándola embobado, y pareció ser, creí encontrar, que los tonos grises del agua sobre la pintura blanca estaban formando la imagen de una cara, una cara gigantesca que ocuparía todo el techo, pero de la que de momento solo se había revelado una tercera parte. Estaba convencido de que el lugar donde se originó era la frente y ahora ya podía ver las cejas, el principio de la nariz, y un poco de flequillo. Aún nadie había avisado a ningún perito, ni fontanero ni pintor. Así que volví a llamar a mi casera y le expliqué que la gotera estaba creciendo, aunque decidí no mencionarle lo de la cara para que no se pensase cosas raras, y ella me contraatacó con una historia de su pueblo, de un granero que también tenía humedad y que ella se escondía allí para jugar al escondite, porque los niños de aquél entonces jugaban más y eran más sanos y felices. Cuando colgué, me di cuenta de que había perdido más de una hora y casi todas mis energías.

Al llegar esa noche a casa, la humedad había empezado a perfilar las pestañas. Me pregunté si frenaría cuando dibujase la cara entera, o si desearía también tener un cuerpo y acabaría durmiendo con una figura de humedad humanoide contorsionándose por mis paredes.

Dos días más tarde me desperté boca arriba y me encontré frente a frente con la mirada gris de la humedad. Me quedé allí tumbado durante varios minutos, mirándonos fijamente, casi sentía que estaba comunicándome con ella, como si sus ojos estuviesen vivos. Y descubrí que, en efecto, lo estaban. Me puse de pie sobre la cama, me subí a la mesa para verlo más de cerca, y, tal y como creía haber visto desde abajo, comprobé que habían nacido unos renacuajos que nadaban alegremente en círculos en el ojo derecho de la cara de mi humedad.

A partir de este momento, no permití entrar a nadie en mi cuarto, porque tenía miedo de que se asusten con la cara o se escandalicen con los renacuajos, y sobre todo me daba mucho miedo que viesen lo mal que estaba gestionando todo esto y me echen la bronca por no saber apretarle las tuercas a mi casera y hacer que llamase al seguro o llamarlo yo mismo, o hacer lo que sea que cualquier persona normal habría hecho en mi lugar.

Ha pasado un mes más. Mis compañeros de piso están tranquilos, les he dicho que ha quedado todo arreglado y, aunque no les he dejado entrar a mirar, han acabado por creérselo. Sigo sin permitir que nadie se acerque a mi habitación. Llamo a mi casera todas las semanas. Espero que algún día se le acaben las historias del pueblo, o los enfrentamientos con la casera de los de arriba. La humedad sigue creciendo, y ahora ya ha llegado casi al labio superior. Los renacuajos están bien, les han crecido patitas ya, y les falta poco para perder del todo la cola. Hace un par de semanas también empezaron a pasar por aquí algunas aves migratorias. Descansan boca abajo con las patas sumergidas en la humedad. Se alimentan de los juncos que crecen en el flequillo y las pestañas, o de las algas de la nariz. Después siguen su camino. Ayer llegó también una pareja de cisnes. Ahora sí que me da miedo avisar a alguien. Sé que cuando hay animales en la casa hay que seguir otro protocolo y pasar por el ayuntamiento, pero tendría que informar a Nines y me da miedo que todo eso haga aún más lento el proceso. Además, seguro que la buena señora empieza a divagar sobre una casa en la que vivió, donde se le alojó una familia de pterodáctilos. No quiero revivir más historias de su juventud. Cuando llegue el perito para ver humedad, que tendrá que venir, me dirá algo sobre las aves; diré que no me he dado cuenta hasta ahora e iniciará él todos los trámites necesarios, estoy convencido. Mientras tanto, la cara me da cada vez más miedo, a pesar de que su aspecto no es en absoluto amenazador. También tengo miedo de que un día haya demasiada agua en el techo, que acabe colapsando y mi cuarto se convierta en un monzón tropical. Necesito una respuesta de mi casera cuanto antes.

Tras otros dos meses, por fin ha llegado Nines acompañada de un perito del seguro. El tipo se ha pasado una mañana haciendo fotos, inspecciones y preguntas, y al final ha llamado a cuatro expertos vestidos con abrigos verdes. Entre todos han declarado la zona parque natural y reserva de especies protegidas. Me permiten seguir viviendo allí, pero me han reducido el espacio para la cama. Han quitado mi armario (por lo demás, inservible a causa del agua y una especie de termitas de las que se alimentan otras aves), y lo han sustituido por un nido de cigüeñas. No llego a un acuerdo con los castores acerca de la distribución de los demás muebles. Estoy obligado que esconderme bajo el edredón de camuflaje cuando se acercan turistas, y a no salir en ninguna foto. Mi casera me ha subido el alquiler, dice que por las maravillosas vistas. Además, se está planteando poner un puesto con barquitas para que los visitantes puedan dar paseos. Dice que el trámite será sencillo, que solo hay que mover un par de hilos aquí y allá, y que eso a ella se le da muy bien.




8 comentarios:

  1. Genial, para variar. Me encanta ese giro que le das cuando comienzas con una historia que casi todos hemos vivido, para pasar a esa filigrana fantástica y un poco agobiante. Magistral.

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  2. Genial, para variar. Me encanta ese giro que le das cuando comienzas con una historia que casi todos hemos vivido, para pasar a esa filigrana fantástica y un poco agobiante. Magistral.

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  3. Tan irónico y burlesco como siempre. Una maravilla. Convendría firmar un contrato con los castores, eso sí.

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  4. Las humedades vuelven loco a cualquiera, aunque hay locuras maravillosas. ¡Disfruta del parque natural!

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  5. Hola¡
    Me ha gustado mucho y me reido mas ,sera xq estoy lidiando con un casero x primera vez que tiene 108 años y no.me deja cambiar ni.la tarima ni las puertas que son de un azul rrraro rraro,el hombre dice que para el es importante que se mantengan asi,en fin,me gusta tu historia al mas puro estilo de El milagro de Henry Poole.
    Salu2

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  6. Cuando parecía un cuento de terror lo has convertido en algo gracioso y bonito, es toda una habilidad. Lo de tratar con los caseros suele ser eterno e insufrible...
    Besos.

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  7. Me ha encantado la transición entre un principio inquietante y un final desenfadado, estaba muy intrigada. Me he sentido identificada porque estoy lidiando de continuo con mi casera, que es experta en salirse por la tangente con alguna buena historia. ¡Un saludo!

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  8. No había leído nunca nada tuyo. Pero sinceramente, me declaro fiel seguidora de esos enredos fantásticos y tus palabras, tan ciertas que parecen rozar la realidad.
    Un besito :)

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