16/6/15

Gritos en el patio

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Estos no son los gritos de siempre. O lo que es lo mismo: no son los gritos de los viejos de abajo. A los de los viejos ya casi me había acostumbrado. Estos gritos son notablemente más violentos, los de los viejos no suelen serlo, o su violencia es mucho más almibarada; muchas veces gritan simplemente porque no se escuchan el uno al otro, quizá tampoco a sí mismos, y entonces todo el patio acaba enterándose de que esa camisa no le queda bien o de cómo ella le hace carantoñas a su perra Lula. También, por supuesto discuten a menudo. Sobre todo él le grita a ella. Nunca sabes hasta qué punto esos gritos son violentos de verdad o son simplemente el resultado de un intento de discusión sana entre dos personas que no se escuchan, que apenas pueden comunicarse. Quizá toda la violencia que encierran sea la inherente al histrionismo, como una megafonía de hospital. Y todo el edificio parece guardar una especie de silencio respetuoso cuando esto ocurre, como niños que miran fijamente el tazón de cereales mientras sus padres se pelean.

Pero los gritos que oigo no son los gritos de siempre. No son los gritos de los viejos. Estas voces salen de las gargantas de gente más joven. No soy capaz de ubicar en qué zona del edificio están, ahora mismo el patio está inundado con sus voces ubicuas reverberando en cada ventana. Y ahora sí hay violencia palpable. La violencia siempre deja su marca; podrían estar hablando en cualquier otro idioma y sentirías las mismas notas de odio acuchillando cada palabra. Son las siete y media de la mañana de un lunes y estoy tumbado en mi cama. Me pregunto si han empezado a discutir ahora, o si llevan toda la noche, si me han despertado ellos, si la bronca la ha empezado su despertador. Me preparo unas tostadas y la intensidad no disminuye. Me meto en la ducha y a pesar del agua y la mampara, si prestas atención, pueden escucharse gritos lejanos. Me abrocho la camisa y suena un plato roto. Me pregunto si en algún momento se callarán repentinamente las voces y me harán pensar en lo peor.

Cuando bajo las escaleras aún se les escucha, aunque de forma más relajada, más cansada quizá. No han resuelto nada, pero han perdido fuelle, ya no tienen nada nuevo que echarse en cara. Al atravesar el primer rellano, Lula me ladra a través de la puerta de sus dueños. Me la imagino dando vueltas en un histérico torbellino perruno. Después, según voy bajando, empieza a oírse el sonido de la lluvia contra el suelo del patio. Cada vez más intensa según voy bajando. Me apena pensar que la lluvia apenas se escucha desde mi habitación, solo cuando golpea con fuerza contra la ventana, lo cual es muy poco común en un patio interior. Luego pienso que, después de unos días de calor, este año el frío y la lluvia volvieron el 10 de junio, es decir, justo tras el 40 de mayo, demostrando cómo el cambio climático arrasa impasible con nuestros refranes. Aunque quizá tenga su parte positiva, porque si jode nuestro futuro ya hemos visto que no hay eco, pero si empieza a tocar nuestras tradiciones... quizá ciertos medios y partidos políticos empiecen a verlo como un problema real.

Llego abajo justo cuando alguien llama al ascensor, que se despega del suelo con un sonido abombado de pesadez metálica. Un quejido mañanero de gigante viejo y cansado. Es lo último que escucho antes de salir a la lluvia y ensordecerme bajo el paraguas.

***

Anoche tuve un sueño extraño. Estaba en el salón de mi casa y había un pitido muy agudo, seguido de una vibración ensordecedora como de motor cascado. Las paredes temblaban y había grietas que crackeaban cuando se extendían. Saltaban astillas con el ruido de petardos, y las tablas del parquet como ventosas despegándose. Mis pasos chirriaban contra el suelo mientras corría por el pasillo. Conseguí huír y bajar las escaleras. Allí todo se combaba y deformaba con un ulular cimbreante. Los quejidos bajaban reptando por el hueco. Después quebraba como el hielo, como rallar cristales, como platos rotos contra el suelo. Conseguía escapar definitivamente entre un larguísimo grito que casi parecía humano. Ya en la calle me daba la vuelta. La mole de cemento se derrumbaba lentamente, las piedras caían como plumas y entre los huecos escapaban chirridos en forma de haces de luz.
Poco a poco mi casa se deshacía en notas disonantes. Y todo lo que quedaba era un edificio de ruido.



10/6/15

Aerolitos

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Caen mis manos copo a copo
sobre tu piel blanca
casi virginal
meciéndose como brisa transparente.

Los cúmulos de tus pechos
se arrebolan y levantan
imponentes.
Se oscurecen:
aviso de tormenta.

Me miran lascivos
los ojos de tus huracanes.
Monzón en tu entrepierna:
me cuido de no perderme
ni una gota.

Remolinos levantan los papeles
de la habitación,
se encabritan las páginas de los libros
entre pulsaciones, ráfagas.

Naturaleza hermosa y fiera
temible y tentadora.

Tiemblan las patas de la cama,
se desata.
Todos al suelo.
Arrasan ciclogénesis que desgastan
nuestras pieles
con violencia.

Baten las ventanas,
se desprenden tejas del techo.
Bramamos con la fuerza
que parte el cielo en dos.

Relámpagos, luces, caos y temblores.
Se rasga la realidad.



Mañana brotaremos de nuevo.




Imagen que Javitxuela hizo para este mismo poema; publicado en el nº6 de la Revista Argonautas.


Nota: No estoy muerto. Tampoco de parranda.