24/10/14

Cinco puntos de vida

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Apenas soy capaz de ver nada con la lluvia de flashses, ni de reconocer voces amigas entre las mil que gritan más allá de la Alfombra Roja. Ante este confuso caos, del cual yo soy el epicentro, mi única defensa es sonreír. Sonrío dirigiendo la vista a cada cámara antes de que dispare, sin mirarla realmente, sin sonreír realmente. Con mi cara recia de posado, mi cara congelada e hipermaquillada dirigiéndose mecánicamente a cada objetivo cada vez que un reportero grita ¡Foto! Un giro neumático de cuello, una tensión aséptica de los músculos de las mejillas, y fabrico una pose aceptable, casi vendible. Como un truco de magia: nada por aquí, nada por allá.

Julián me dijo que esta vez tratase de poner algo más de esfuerzo con la prensa, pero me es imposible. No soy capaz de sentirme cómoda en este bullicio artificial. La histeria colectiva me deshumaniza, rebaja mi espíritu a la suela de mis tacones. Después de todo, sé que mañana no pasaré de una o dos líneas al final de un artículo en el periódico. Si la película sale bien parada tal vez incluso mencionen mi nombre por ahí. Pero, en cualquier caso, quedará ahogada en el titánico ruido de las grandes producciones palomiteras.

También sé que varias de las fotos que insistentemente se empeñan en tomar los reporteros aparecerán en distintas revistas para preadolescentes obsesionadas con la moda, o para menopáusicas cotillas, con el titular de “Los mejores vestidos de la gala 2013”. Nada más. No preocupará a nadie si he sido o no buena actriz, ni las infinitas horas extras para ensayos, ni toda la organización, el trabajo y la ilusión para que esto saliera adelante. En otra línea, dirán que iba acompañada de dos chicos, y todo girará en torno a eso,
a cuál le ponía ojitos, o si alguno fue un poco más galán que el otro conmigo.

No mencionarán en ningún sitio que escribí por mi cuenta un guion único, rompedor y elaboradísimo. No mencionarán las peregrinaciones por estudios o la interminable búsqueda de financiación. Cualquier modelo a seguir que podría ofrecer quedará eclipsado por la pregunta “¿Vistes de forma hortera?”.

Y flaqueo. Hay algo en todas las “Grandes Noches” que siempre me hace caer, rodar hasta un fondo oscuro donde estoy sola y no llegan ni los ecos de sus halagos superficiales. Volverme humo. Tal vez nunca llegue a hacer una película lo bastante buena, o tal vez nunca llegue a importar lo buena que sea, mientras haya una cara más bonita, un marketing mejor financiado pisando la misma Alfombra. Ahora los periodistas nos dicen que avancemos, toca el minuto de fama de los siguientes. Me fallan las piernas cuando voy a empezar a andar. Los brazos de mis compañeros me sostienen por un segundo. Mi cuerpo se mantiene, pero yo ya he rodado colina abajo. Entonces escucho un sonido por detrás. Es el clic de una cámara. Una cámara traidora que dispara por la espalda, donde no tengo herramientas para fingir; una cámara aliada que no se fija en mi vestido, ni en mi cara de posado, ni en mi maquillaje. Es una cámara que mira donde yo miro, y recoge lo mismo que yo recojo, como un asomarse, como la empatía en un instante, como una foto. Y, durante ese segundo, nos tocamos esquivando el ruido, y sonrío humanamente.




1/10/14

Poema inútil

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Cuando la magia del nosotros
se deshilvanó en el absurdo humo de un yo,
el aire se volvió espino.
Ya sabéis cómo va esto:
ella hizo conmigo lo que el invierno hace con los cerezos.

Perdí el sentido,
el significado de todo sustantivo abstracto
el norte (que ni siquiera tengo)
y las ganas de seguir buscándolo.

Pero no me rompí del todo: ni siquiera eso pudo conmigo.
Y la quería de forma tan desmedida;
tan idiota, tan idealista, tan abierta, tan incondicional...
que aún la deseé que fuese más feliz que nadie.
(porque sabía que no lo era)

El golpe (el auténtico golpe) vino al saber
que nada de lo que yo hiciese serviría para hacerla feliz.
Hasta el esfuerzo más sobrehumano
me deshumanizaba.
¡Qué ateo de mí mismo!
Ella que había jurado amarme
más que a su propia poesía
me rebajaba a menos de medio punto y coma
si no era capaz de sacarle una sonrisa.

Y porque sin eso, cualquier otra huella mía sobre el mundo
era efímera e intrascendente,
me sentí inútil.

Tan inútil como ningún otro ser humano 
ha pronunciado jamás esa palabra.
Tan inútil que echas de menos la candidez
de bailar sin música.
Tan inútil que envidias la comodidad
de la simple impotencia.
Tan inútil que te haces sombra a ti mismo.
Tan inútil
que no sirves ni para infravalorarte.





Tan    inútil,
que anhelas el pragmatismo

de las minas antipersona.